de vida campesina tradicional con predominio de las actividades agropastoriles y
pesqueras”; llegando a contemplar entre sus objetivos “Fomentar el desarrollo de
alternativas productivas compatibles con los objetivos de conservación del PNM para
las poblaciones presentes en el área y en la zona de amortiguamiento” (Objetivo
octavo del Plan de Manejo, 1997).
Esta pluralidad de intereses y estrategias a diferente escala implica, asimismo, una
amplia multiplicidad de actores, entre lso que podemos mencionar los recogidos en
el propio Plan de Manejo: “administradores del parque; involucrados en las acciones
de manejo del parque; actores de representatividad indirecta, relacionada con el
mejoramiento del entorno del PNM y su zona de amortiguación; actores involucrados
en el uso de los recursos del parque; y, por último, actores que apoyan al manejo
del parque”. En función de la diversidad de actores, intereses y expectativas variarán,
por tanto, las actitudes y percepciones hacia la conservación de la naturaleza en un
espacio protegido. Para los primeros será prioritario la preservación de ecosistemas
y especies, mientras que para los segundos la conservación estará supeditada a la
subsistencia, y para el resto la naturaleza será indiferente o bien un atractivo que
visitar o quizás un recurso generador de ingresos, ya sea a través de propuestas
turísticas o empresas extractivistas como la fábrica de harina de pescado.
En un estudio realizado por Amend y Amend (1993) con anterioridad a la declaratoria
del PNM se revelaba que la población habitaba el 86% de los 184 parques nacionales
encuestados en Sudamérica y casi un tercio de los administradores del parque
mencionaba la ocupación legal o ilegal como unos de los principales problemas de
gestión (Amend yAmend, 1993). Es evidente, por tanto, que los modelos de gestión
de ANP no pueden quedarse únicamente en el plano de conservación ambiental, y
que el conocimiento de la interacción humana dentro de las áreas protegidas resulta
de especial importancia para el manejo de áreas protegidas (Yang et al., 2015; Mir,
Noor, Habib y Veeraswami, 2015; Bragagnolo, Malhado, Jepson y Ladle, 2016). Es
necesario considerar la participación activa de los residentes en la conservación,
incluso proporcionándoles beneficios tangibles, considerando la importancia de
conocer las actitudes de los pobladores y los impactos de las áreas protegidas sobres
sus vidas (Shibia, 2010; Ngonidzashe Mutanga, Vengesayi, Gandiwa y Muboko,
2015; Mir, Noor, Habib y Veeraswami, 2015; Yosef, 2015; Bragagnolo, Malhado,
Jepson y Ladle, 2016; Perry, Needham y Cramer, 2016).
Entender las actitudes y las percepciones de la comunidad en el contexto de la gestión
de áreas protegidas es importante para el diseño de estrategias de conservación a
largo plazo basadas en el desarrollo sostenible. En este sentido, además de las vías
legales establecidas para hacer cumplir las políticas de conservación, se deben
desarrollar otros medios para lograr el apoyo de las comunidades e incrementar las
oportunidades de beneficios compartidos (Afework Bekele, 2014, Yang et al., 2015,
Ngonidzashe Mutanga, Vengesayi, Gandiwa y Muboko, 2015, Tilahun, Abie, Feyisa y
Amare, 2017). En consecuencia con lo mencionado, podemos encontrar tanto
estudios que han presentado aprobación mayoritaria de los residentes hacia las áreas
protegidas, como también otros que evidencian ambivalencia o una fuerte oposición
(Shibia, 2010, Triguero et al., 2009, Macura et al., 2011; Perry, Needham y Cramer,
2016; Tilahun, Abie, Feyisa y Amare, 2017).